DANIEL CLARO MIMICA
Ingeniero Agrónomo, M. Agr. Sci.
daniel@goldensheep.cl
En Chile, la producción ovina hace muchos años que ha cumplido los 100 años de existencia. En su larga historia ha tenido épocas de grandes éxitos y también de penurias económicas.
La actividad se inició como una explotación, preferentemente dedicada a la producción de lana, cuando este producto tenía precios muchas veces superior a los actuales. Lenta y gradualmente la producción de carne fue reemplazando en importancia a la lana.
Durante el siglo 19 y hasta mediados del siglo 20, los predios dedicados al rubro ovino eran de gran superficie y muchos miles de cabezas por propietario. La zona austral se caracterizaba por compañías que manejaban Estancias, con muchos cientos de miles de ovinos, incluso con propiedades tanto en Chile como en Argentina. En el resto del país también las propiedades eran grandes, con rebaños de 5.000 a 15.000 cabezas, que se mantenían en Haciendas.
En esa época se empleó con mucho éxito el sistema extensivo de producción, basado precisamente en grandes propiedades y la utilización exclusiva de praderas naturales de baja productividad, que sustentaban entre 0,8 y 1 ovejas por hectárea.
El principal insumo tecnológico era la genética para una producción de doble propósito, inclinada hacia la producción de lana. El principal manejo sanitario era el baño antisárnico y no se utilizaban vacunas ni antiparasitarios. Tampoco se fertilizaban praderas ni se suplementaban los animales.-
La principal inversión que requerían los terrenos eran los cientos de kilómetros de cercos, los galpones de esquila y corrales. El ganado tenía un bajo costo. Se utilizaba muy poca mano de obra, con ayuda de perros ovejeros para el manejo del ganado, donde un ovejero tenía a su cargo 2 a 3 mil ovejas. La construcción de cercos y la faena de esquila se hacía por medio de contratistas, en faenas de temporada.
La clave económica del sistema productivo era enfrentar los bajos precios de los productos, particularmente el muy bajo precio de la carne, con costos muy bajos. El gasto principal era la mano de obra y fletes, pues no se empleaban insumos. Con la gran economía de escala, originada por los grandes volúmenes de producción, el costo por kilo producido, tanto de lana como de carne, era muy bajo. Ese bajo costo por unidad, generaba un importante margen de utilidad, que multiplicado por los grandes volúmenes producidos, permitía a los propietarios ingresos y utilidades importantes, que hacían el negocio ovino muy rentable y atractivo.
En la segunda mitad del siglo 20 hubo un cambio muy importante para la producción ovina en el país. Se terminaron las grandes compañías ganaderas de la zona austral, cuyas tierras eran mayoritariamente arrendadas al fisco. Fueron subdivididas en propiedades de 4 a 5 mil hectáreas en promedio y asignadas a nuevos propietarios. En la zona central se terminaron las haciendas por el proceso de reforma agraria.
Paralelamente, después de la guerra de Corea de los años 50, donde la lana tuvo su mayor precio histórico, comenzó un rápido y constante deterioro del precio de la lana, hasta ese momento, el principal producto de la producción ovina.
Estos dos factores cambiaron totalmente el resultado económico del rubro en el país. La reducción del tamaño de las propiedades afectó en menor medida a los propietarios de la zona austral, pero fue determinante en la crisis del rubro en el resto del país, donde se reflejó en una constante disminución del inventario y de los productores dedicados al rubro.
Magallanes ha mantenido una población cercana a los 2 millones de ovinos. El resto del país, bajó de 4 millones a 1 millón en los últimos 50 años, lo que refleja claramente el impacto de la crisis.
EL PRIMER MUNDO:
Magallanes desde siempre ha sido el primer mundo de los ovinos en Chile, tanto en tamaño como en el impacto en la economía regional. También en la introducción de tecnologías; en los resultados económicos y prosperidad de los productores.
Su mayor acierto ha sido el perfeccionamiento y mantención del sistema extensivo de producción, diseñado por las grandes compañías que introdujeron el rubro a la región en el siglo 19.
Ese sistema productivo es el único que se adapta a las difíciles condiciones de clima y fragilidad de los suelos. Las praderas naturales son prácticamente irreemplazables en casi todo este territorio. Su reemplazo por praderas sembradas se ve restringido a sólo pequeñas superficies, que presentan mejores condiciones de suelo y precipitaciones. Su implementación se ve muy limitada por el alto costo involucrado y las relativas bajas producciones en relación a la inversión requerida.
Luego de la crisis económica ovina de la última parte del siglo 20, se han producido cambios de importancia en Magallanes. Han aparecido empresarios que fueron ampliando sus propiedades y hoy día poseen varios miles de hectáreas, muy por sobre el promedio.
Sin embargo, el principal cambio ha sido el gradual fortalecimiento del precio de la carne de ovino, que en los años 70 había llegado al mínimo, pues una oveja valía igual que una gallina. Hoy día la carne es el principal ingreso de los productores ovinos magallánicos., quienes han prosperado notablemente con el explosivo aumento del precio de la carne ovina ocurrida hace 6 años, cuando el precio internacional duplicó su valor.
Actualmente la gran mayoría goza de un excelente escenario económico. Gracias a sus bajos costos unitarios, gran parte del aumento del precio de la carne, ha sido utilidad neta.
Las plantas faenadoras han destinado prácticamente la totalidad de su producción a los atractivos mercados internacionales, habiendo triplicado sus exportaciones en los últimos 8 años.
Este aumento de las exportaciones no se produjo por un aumento masivo en la producción, sino por un cambio de destino de la comercialización. Anteriormente, más de la mitad de la producción de carne ovina de la zona austral se enviaba a la zona central. Hoy día este destino es casi nulo.
La gran demanda del mercado internacional y la disminuida de la zona central, produjo el cambio natural, que fue muy fácil y rápido, pues existía la infraestructura en las plantas faenadoras, con un producto de reconocido prestigio internacional.
El cambio más notorio de los últimos años en el sistema productivo, ha sido el mayor énfasis dado a la producción de carne, con una incipiente introducción de razas especializadas en carne, para hacer cruzamientos terminales y así mejorar la calidad de los corderos. Las bases mismas del sistema productivo, que radica en praderas naturales, grandes propiedades, baja carga animal y pocos insumos, se ha mantenido, aprovechando el gran tamaño de los rebaños que manejan los propietarios, que con los nuevos precios de la carne han mejorado sustancialmente el negocio.
El futuro se ve muy promisorio, pues la producción mundial de carne ovina crece muy por debajo del aumento de la demanda y los principales países exportadores tienen copada su capacidad productiva, lo que asegura la mantención de precios atractivos.
EL OTRO MUNDO:
Muy distinta ha sido la suerte corrida hasta ahora por los productores ovinos del resto del país, que no se han adaptado al radical cambio de escenario. Mantienen básicamente el sistema de producción extensivo, heredado de las haciendas, el que bajo la realidad de predios medianos y pequeños, es inviable.
El costo de producción, aún sin utilizar insumos tecnológicos, supera largamente el valor de la producción, cuyos ingresos no es capaz de solventar el costo de la mano de obra requerida. Su otrora producto estrella, la lana, tiene un precio tan deprimido que apenas solventa el costo de esquila.
Muchos miles de productores han dejado de serlo en los últimos 50 años y la situación de los actuales es muy precaria. El rubro ovino se transformó de una explotación comercial en una explotación de subsistencia. El promedio del inventario de más del 70% de los productores no supera las 10 cabezas.
Los productores pequeños son protegidos en buena medida por instituciones del Estado, mediante programas de asistencia técnica y ayuda crediticia.
Los medianos son catalogados de grandes y no tienen acceso a ningún tipo de ayuda estatal. Su dotación es de 500 a 1.000 cabezas. Apenas subsisten y están descapitalizados, sin ninguna capacidad de realizar las inversiones necesarias para mejorar su sistema productivo.
Tampoco son los favoritos de los bancos, donde no obtienen créditos, por ser de alto riesgo y no llevar un sistema de contabilidad oficial, sino estar acogidos al sistema tributario de renta presunta.
La producción de carne se ha convertido en su principal fuente de ingresos. Antiguamente la comercialización se realizaba, principalmente, por medio de remates en ferias de ganado, distribuidas a lo largo del país. El ganado se faenaba en los mataderos comunales y abastecían a los consumidores locales.
Muchas de esas ferias de ganado han desaparecido. Hoy día, el ganado transado en feria es insignificante, en relación al volumen total comercializado. Por necesidad, gran parte de la comercialización ha derivado, hacia ventas al detalle en los predios, porque los volúmenes producidos son cada vez más pequeños y los costos del envío a feria muy altos. La mayor parte de los mataderos comunales han desaparecido y los que faenan ganado ovino son casi la excepción, por lo que una parte importante del faenamiento es informal.
A raíz del boom internacional del precio de la carne ovina, se han establecido dos modernas plantas faenadoras de ovinos, una en Chillán y otra en Osorno, siendo una apuesta hacia el futuro del rubro.
Lamentablemente, estas plantas han tenido y tendrán muchas dificultades en adquirir corderos para su funcionamiento. Hoy día su utilización no logra superar el 5% de su capacidad instalada, situación que de mantenerse en el tiempo, arriesga la viabilidad económica de la inversión.
El éxito de estas dos plantas faenadoras es fundamental para que el país y los productores puedan disfrutar de la bonanza internacional de la demanda de carne ovina. Sin exportación, el rubro ovino no podrá despegar, pues el eventual crecimiento del mercado local será muy lento y sólo gracias a un mejoramiento importante en la calidad del producto, que no se puede lograr sin las exigencias del mercado internacional. De allí la formación de un circulo vicioso.
En el corto plazo hay un gran cuello de botella que impide el crecimiento del rubro. Los productores venden su limitada producción al detalle en los mismos predios, a un precio un 30% superior al internacional, sin ninguna exigencia de calidad y al contado en efectivo.
Las faenadoras no pueden competir bajo esas condiciones de mercado. La calidad de los corderos es mala, porque los compradores no exigen nada mejor. Piden corderos pesados, de 40 y más kilos de peso vivo, siendo que para tener calidad, por su genética, no deberían tener más de 30 kilos. Esa calidad de corderos no sirve para ser comercializada en supermercados ni carnicerías y mucho menos para el mercado de exportación.
Por otra parte, la producción no puede crecer en forma acelerada si no se abren nuevos mercados, principalmente internacionales. La actual forma de comercialización no permite aumentos de volumen, pues dicho mercado está cercano a su saturación.
Los productores deben comprender que su actual negocio es muy malo y que deben cambiar su estructura productiva para aumentar en forma muy importante su dotación de ganado y eficiencia productiva.
Al aumentar los volúmenes producidos a nivel predial, necesariamente dicho aumento de producción deberá canalizarse hacia las plantas faenadoras, pero con calidad de exportación. El precio deberá ajustarse a la realidad del mercado internacional.
Con el aumento del tamaño de los rebaños y particularmente de la eficiencia del sistema productivo, bajarán los costos unitarios. Sólo a manera de ejemplo, una oveja de genética moderna, permite obtener al menos 1,4 corderos por parto, con 40 y más kilos de peso vivo cada uno, sin engrasamiento y calidad exportable. La realidad actual es muy diferente, con un promedio de 0,8 corderos de 30 kilos de peso vivo por parto. La diferencia significa duplicar la producción por oveja. Esa ha sido la realidad de Nueva Zelandia, lograda en los últimos 15 años.
Afortunadamente, el panorama no es tan negro como aparece hoy. El potencial futuro puede ser muy promisorio, pero requiere un cambio total en todo el sistema productivo. La tecnología disponible y utilizada en los países líderes así lo indica. Es indispensable pasar de un sistema productivo extensivo, casi sin utilización de insumos tecnológicos, a un sistema productivo intensivo, con empleo de mucha tecnología, donde los pilares principales son praderas sembradas de alta productividad y genética de excelencia para producción de carne.
Es una labor que requiere mucho tiempo y grandes inversiones. La apuesta no es menor, porque el potencial de exportación de carne ovina nacional supera largamente los mil millones de dólares anuales.
Las dificultades también son grandes. Quizá la más importante radica en que los productores actuales cambien su mentalidad. Las inversiones que deberán realizar los productores, también son de gran magnitud, comenzando con el mejoramiento masivo de sus praderas y el cambio total de la genética de su ganado.
Otra dificultad importante es que en la actualidad en el país hay muy pocos profesionales especializados que dominen las tecnologías requeridas por el sistema intensivo de producción. Casi toda la tecnología conocida por la gran mayoría de los profesionales dedicados hoy a la producción ovina en Chile, no es aplicable al rubro moderno.
Las universidades tampoco se han hecho cargo de este desafío tecnológico y las instituciones ligadas al quehacer científico, tampoco han perfeccionado a profesionales en las tecnologías modernas del rubro ovino, enviándolos a cursos en países de vanguardia. La justificación es muy simple, teniendo en cuenta que el rubro ovino ha tenido a lo menos 30 años de pésimas perspectivas económicas en el país. Era muy difícil imaginar algún interés en perfeccionarse en el extranjero para un rubro que no tenía futuro.
Esta dificultad se refleja en que hay muchísimas opiniones técnicas frente a los problemas reales de los productores. Cada profesional consultado da su propia opinión, la mayor parte de las veces, sin tener ninguna experiencia real en un escenario de producción intensiva, pues ni en su carrera profesional ni en sus estudios, ha tenido la oportunidad de especializarse en el tema. Esta discrepancia y variedad de respuestas ante problemas concretos, no sólo no puede solucionar los problemas, sino que además desconcierta a los productores que no saben a quien acudir.
En resumen, los productores de ovinos del territorio comprendido entre las regiones V y XI viven una pésima realidad económica, a pesar del enorme potencial que tiene el rubro. Tienen un ánimo renovado y fe en que el rubro mejorará gracias al boom mundial de la carne ovina, pero no tienen los recursos ni los conocimientos para hacerlo.
Tampoco se han agrupado para facilitar cualquier acción destinada a su ayuda. Es casi imposible que al no estar agrupados puedan tener la fuerza necesaria para enfrentar los desafíos que deben enfrentar para salir adelante.
Las inversiones realizadas por las plantas faenadoras no han podido producir utilidades y arriesgan su futuro mientras no se produzca el despegue de los productores.
Finalmente, también el Estado ha tratado de invertir en proyectos que favorezcan el rubro, pero la falta de conocimientos especializados en la materia, impide un enfoque adecuado y dichos esfuerzos no rinden frutos.
Por ello, uno de los principales desafíos es aumentar en forma muy significativa la disponibilidad de profesionales con entrenamiento en las tecnologías propias de la producción ovina intensiva.
Es de esperar, que tanto los productores como las autoridades del país, despierten a tiempo de este mal sueño que viven en la actualidad, donde se está despilfarrando una oportunidad dorada para convertir al rubro ovino en una nueva oportunidad de buenos negocios para varios miles de personas.